El final del viaje lisérgico

La historia del «primer viaje lisérgico» de Adryc Mänelson llega a su final con La Madre Tierra como protagonista

Hola Amig@s,

Bienvenidos a bordo para acabar la travesía de este lisérgico viaje. Pero antes de ello, disculpad mi retraso en continuar con el relato, pero nuevos proyectos, y sobre todo una vagancia supina han sido los culpables… Y yo, jaja. Tras mis disculpas, allá vamos.

El bosque con el que alucinas
El bosque con el que alucinarías en un viaje lisérgico

El comienzo del viaje

Una vez tomado el terrón esperé un poco, jajaja… iluso de mí, no sentía nada, así que me puse a desmenuzar hierba en un plato  (por aquél entonces los grinders eran ciencia ficción) y a liar petas.

No recuerdo cuántos hice… pero seguro que muchos. Pasado un rato, Otta me llamó desde la puerta: “Vamos a dar un paseo Adryc, que veo que te apalancas”. Asombrado por su llamada, guardé los petas en un paquete de Dunhill, y la seguí. Nos dirigimos, lentamente caminando, a la playa, Otta tenía un aspecto extraño, casi mágico, jajaja…

Tonto, pensé para mí… ya me está haciendo efecto esto, estoy pensando tonterías. Pero lo cierto es que Otta me atraía y mucho; además las breves palabras del día anterior aún resonaban en mi mente: “Harald no es mi dueño”.

Deseché la idea y le pregunté: “A dónde vamos”. Y ella me respondió: “De momento a la playa, a ver qué está haciendo Harald, La Mar está muy fuerte y él está un poco loco. Después veremos, según como vayas. En este viaje te voy a llevar yo”. Ante mi mirada de extrañeza me sonrió y añadió. “Adryc. Adryc, jaja… ¿Qué imaginas joven que se cree un Hombre… Es tu primer viaje, no controlas y puedes perderte, pasarlo fatal y liarla. Yo he viajado mucho, conozco bien este mundo, mejor que cualquiera de los otros, y yo te guiaré. En eso he quedado con Steven. Y basta de cháchara, vamos..”

El sendero estrecho

Continuamos caminando en silencio. Yo seguía intrigado, todavía no sentía nada y hacía ya casi una hora que lo tomamos, o eso pensaba yo. El camino estaba estirándose, se volvía cada vez más estrecho, no lo recordaba yo así. Además solo dejaba pasar a una persona, así que me retrasé y dejé pasar primero a Otta, y la seguí. Tras unos pasos se giró y mirándome fijamente dijo: “¿Qué haces, por qué te retrasas? Ven a mi lado”. Está colocada, pensé yo, y contesté, ¿Acaso no ves que no puedo, que no hay sitio, que el sendero es estrecho?.

Las risas de Otta debieron oírse a kilómetros; “¿Estrecho dices?, si no hay camino, es campo abierto, jajajaja… tu vuelas ya jovencito, ven aquí. Y se me acercó rodeándome los hombros con su brazo, diciéndome ahora; “Suele pasar, mira ahora”. Y miré, no había ningún camino, tan solo el campo abierto por el que andábamos, inmenso y fluctuante, como la mar que a lo lejos se veía ya. Su azul contrastaba vivamente con los intensos verdes del prado, el cielo tenía un cierto tono entre naranja y violáceo. La luz lo iluminaba todo, y yo flotaba junto al cálido cuerpo de Otta. Su brazo sobre mis hombros y su cercanía me erizaban el vello, pero de hecho me sostenía y empujaba hacia adelante, la mínima cosa me extasiaba, el viento me atravesaba, el sonido abrumador de la vida inundaba mis oídos. Nunca jamás había visto el mundo así, era de otra manera, diáfano, transparente, sencillo… solo dejarse llevar.

El misticismo de Aëgir

Según nos íbamos acercando a la playa nos llegaron los lejanos gritos de Harald sobreponiéndose a los de la mar, que estaba brava, “Yo soy el Hombre de Bronce, no podrás conmigo Aëgir, maldito dios de las mares…” O eso me pareció entender. Miré a Otta sin preguntar, “Ya está con sus invocaciones místicas, jajaja… Es seguidor de los dioses del norte, y la verdad es que está un poco loco, jajjj… Vamos a sentarnos un rato, lo necesito Adryc, eres pesado, necesitas andar tu solo”.

Nos sentamos a contemplar a Harald, quién seguía maldiciendo en un idioma que no entendía, y Otta me aclaró que era noruego antiguo: “Está un poco loco, ya te lo dije… ¿Podrás levantarte?  Y extendiendo su mano me ayudó a ponerme de pie, aunque me tambaleaba un poco, “no sé si podré caminar mucho Otta, quizá mejor te vas tú y yo me quedo aquí un rato esperando que vuelvas, además no tengo muchas ganas de andar”. Me miró con cara de enfado, cogió un peta, lo encendió, dio unas breves caladas, me lo puso en los labios, volvió a rodear mis hombros con su brazo y comenzamos a caminar. ”Tranquilo Adryc, claro que tendrás fuerza y te mantendrás erguido, te ayudaré”.

Y nos dirigimos hacia tierra adentro, hacia un bosquecillo cercano.  No era muy grande, nada parecido a los de Galway, inmensos y llenos de viejos árboles, aún así lo suficiente para perderte. Desgraciadamente hoy día no existe.

Las prisas del tiempo

Antes de adentrarnos miré al cielo y observé que el sol ya se dirigía al oeste; ¿tanto tiempo ha pasado?- le pregunté- pero si acabábamos de tomar los terrones- le pregunté asombrado a Otta… quién me contestó riéndose…”Son cosas del LSD, el tiempo desaparece… Puede volar, o hacerse eterno. Tranquilo, vamos”. Tomamos un sendero que se adentraba en el bosque, y nada más traspasar su linde, la oscuridad lo llenó todo durante un momento. Atrás quedaba el mundo luminoso de brillantes colores e inmensa luminosidad para a continuación convertirse en un lugar misterioso, lleno de sombras atravesadas por ligeros rayos del sol que se filtraban entre el follaje provocando un juego de formas y luces que me extasiaba.

Otta tiraba de mí, pues cada paso que daba, algo llamaba mi atención. Poco a poco, un ligero olor a humo inundo mi olfato, y cada vez era más intenso. En mi imaginación estaba ya pensando en incendios devastadores, cuando llegamos a un pequeño claro rodeado de árboles. Una pequeña hoguera humeaba en él, y sentada delante de ella estaba Matoya.

¿Qué narices hace esta aquí? Me pregunté extrañado, mientras un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

“Vaya, ya habéis llegado. Hace tiempo que os espero. Sentaos, ya está todo preparado”.

Lentamente fue echando ramitas a la menguante hoguera. Cada una que echaba provocaba en ella un estallido de chispas, las llamas iban aumentando su tamaño, y yo me fui perdiendo en su magia de brillantes rojos. Se elevaban altivas hasta desvanecerse en finos hilos de humo que mi vista seguía hasta perderlas al difuminarse. Me sentía etéreo, y le pregunté a Otta que estaba haciendo Matoya.

“Consulta las runas”, contestó. ¿Las runas? – me dije para mí, hacía tiempo que sabía de ellas, pero esa es otra historia que ya os contaré en su día.

Costa irlandesa
Costa irlandesa

En un momento dado preguntó cuántas gotas había tomado: una, contesté yo. Me miró extrañada, abrió su bolsa y sacó un frasco; lo abrió y aspiró con la cuenta gotas, se acercó a mí y con cuidado depositó una en la yema de su dedo y dijo: “Abre la boca”, lo hice y tocó mi lengua con su yema. Esta vez un sabor amargo inundó mi boca.

Pero no duró mucho, de repente, yo ya no estaba allí. Mis manos reposaban sobre la Tierra, mis dedos se prolongaban y se hundían cual raíces en ella. Sentía su Latido, cada vibración, la vida que corría bajo ella. Mi mirada perdida en las hojas disfrutaba de su baile, del reflejo de las llamas en ellas.

Invocaciones de Matoya

Matoya seguía con sus invocaciones mientras echaba las Runas…»Tres veces, tres números mágicos hacen, tres veces tres las Runas….?».  La voz de Otta sonaba lejana, cantaba. No la oía…

Los hijos Gaell tomaban forma en mi mente, oía trompas, sonidos metálicos, batallas tomaban forma en mi mente. De vez en cuando unos retazos de realidad volvían a ella, abría los ojos, y todo seguía igual.

Entonces comencé a ver extrañas formas entre los árboles, me levanté y las seguí entre las malezas.

Camino a la playa

Tras un largo rato llegué a la playa, que se extendía fluorescente ante mí. La Mar reflejaba la luz de las estrellas con un azul profundo casi negro. Me senté en la arena y la contemple extasiado, algo de ella me atraía. De repente recordé los petas que llevaba, ¡casi no había fumado ninguno!.

La Mar
La Mar

Lo encendí y aspiré su humo; quizá fue cosa mía pero me centró un poco, relajándome y me recosté contra una duna. Hasta entonces no había notado la tensión que sentí en mi cuerpo, y la magia del lugar me atrapó. Fue en ese preciso instante cuando comenzó el viaje.

Sentí una figura sentada a mi lado, la miraba, más no la veía, tan solo una especie de sombra, borrosa.

Definitivamente esto hace viajar, pensé, veo fantasmas, jaja…me reí a todo trapo.

Hola, le dije, y me contestó, pero no con voz, la oí en mi mente: “Tienes delante La Mar, te está llamando, Ella es tu futuro”.

Y miré a La oscura Mar, di las últimas caladas al peta y lo apagué en la arena. Las olas rompían mansas en su orilla. Comencé a ver otras cosas, un pesquero negro amarrado al muelle, su escala. A continuación Aguas desconocidas, frío hielo en sus costas. No era un sueño, en un momento dado veía las olas y al siguiente inmensos bosques de Arces, una cabaña al lado de un gran lago. También recuerdo campos de maíz enormes kilómetros y kilómetros de carretera por ellos bordeada.

No sé cuánto tiempo estuve allí, llegó el amanecer y el sol se puso de nuevo. Solo me moví para darme un baño y, una vez seco, vestirme de nuevo y seguir mirando al horizonte. No tenía hambre ni necesidad de nada, solo estar allí. Vi muchas cosas, que hasta entonces eran oscuras para mí, claras  y transparentes. Comprendí como pensaba mi madre, sus planes para mí, y que solo yo podía decidir mi destino, que curiosamente, tenía delante: La Mar. En ese momento me invadió una paz infinita… Nada más vi ni oí ya, solo paz.

Dos días después

Allí me encontró Otta dormido a los dos días. Cabreadísima me despertó agitándome con fuerza. “Llevo dos días buscándote, ya es jueves y mañana nos vamos a primera hora”. Me levanté aturdido y la seguí hasta la casa mientras pensaba como me había alejado tanto, más de tres kilómetros no me extraña que estuviera preocupada.

Mientras nos dirigíamos hacia allí me preguntó: “Cómo ha sido todo… ¿Has tenido buen viaje?”.

“Excelente”, contesté lacónico, pues todavía no lo tenía muy claro. “Eso está bien, es lo que importa, jajaja”. Me contestó riendo aliviada. Su respuesta me recordó a otras, definitivamente estaba en casa.

Pasamos el resto del día entre dormitando y preparando todo para el viaje de vuelta, y a la mañana del viernes emprendimos el regreso.

A Steven y a los demás les aguardaba su familia; a mí los fríos y altos muros del colegio, pero esta vez los veía de otra manera, como uno ve su casa. Ya os contaré lo acontecido en aquellos días, que seguro que os divertirá.

Hasta tanto, ya es tiempo de fumar mi Boong de #Syrup, espero no haber sido aburrido y pesado.

En la siguiente entrada os contaré lo que siguió a este viaje que aquí acaba, y las decisiones que provocó en mi destino.

Hasta pronto y, #LosMejoresHumos de ese Boong de #Syrup A Vuestra Salud.



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